Maricarmen Delfín Delgado
Cuando recordamos al licenciado Melchor Ocampo (1814-1861) nos remontamos a su recuerdo como brillante abogado, dedicado científico y destacado político liberal, pero también tuvo una vida familiar, donde fue padre amoroso con sus cuatro hijas y en especial con una, con la cual lo unía un vínculo muy fuerte, un vínculo fraternal y motivo de su felicidad, su hija Josefa.
Entre ellos siempre hubo gran identificación y mucho amor, aunque su acercamiento y su convivencia se dieron cuando ella ya tenía 10 años.
En 1839 Ocampo se vio frente a un problema que le ocasionaría un gran escándalo, cuando su ama de llaves y amante, Ana María Escobar, le dijo que estaba embaraza, que esperaba un hijo suyo. Él no la apoyó y se fue a viajar a Europa huyendo del problema, ella se fue a Morelia donde dio a luz a una niña, la cual fue enviada inmediatamente a un orfanatorio como huérfana abandonada por sus padres.
Antes de su ingreso la madre la nombró Josefa, en honor de su sirvienta pues fue la única persona que la cuidó y apoyó durante su embarazo.
El licenciado Ocampo visitaba a la niña esporádicamente, hasta que se presentó un momento decisivo en su vida, un encuentro que lo marcaría el resto de sus días llenándolo de sentido y motivación. Palpó en su hija la comprensión, la amistad y el cariño, con su talento y su afinidad de pensamiento vio la supervivencia de su espíritu y que su vida se prolongaba a través de ella. A partir de ese día fueron una misma persona, a pesar de mantenerla escondida y en secreto.
Don Melchor mantenía una buena relación con sus otras hijas: Petra, Julia y Lucía, pero con ninguna de ellas podía hablar de política, de ideologías, de autores y de libros, sólo con Josefa podía hacerlo pues entre ellos había una conexión especial.
Josefa siempre se mantuvo cercana a su padre en todas las situaciones de su vida, tanto en su etapa de reformista y en sus cargos públicos, como también en las
adversidades y tragedias. Cuando fue desterrado por Santa Anna partió a Tulancingo y para no preocupar a sus hijas mintió diciendo que iba a un viaje de negocios, prefirió el sufrimiento de la separación que decir la verdad, para no causarles gran pena.
A pesar de su decisión, extrañaba a Josefa y se percató de que era fácil tenerla a su lado, mandándole una pequeña misiva, ella aceptó alcanzarlo en Estados Unidos y en enero de 1854 llegó en un lujoso buque a Nuevo Orleans. Se cuenta que meses antes lo había acompañado hasta San Juan de Ulúa donde estuvo recluido unos días. Con este episodio Ocampo demostró lo mucho que extrañaba a su hija, de su gran apego y cariño.
Dos años después sufriría una nueva angustia, su hija preferida le comunicaba que se casaría con José Ma. Mata. No dudaba de la convicción de Josefa pues se caracterizaba por su buen juicio y acertada al emitir su opinión acerca de los defectos y virtudes de las personas, además Mata era un hombre recto, de buenas costumbres y principios. Pero no le afligían ni el novio ni el matrimonio, era el miedo al distanciamiento y a perder a la única persona con la que compartía cada momento de su vida.
La boda se celebró el 19 de septiembre de 1856 en su hacienda de Pomoca. Fue un instante devastador para don Melchor, pues nunca nadie le había visto llorar, al momento de entregar a su hija no pudo contenerse y sus lágrimas brotaron al soltar la mano de su heredera.
Al año siguiente Josefa dio a luz a una hermosa niña, a quien bautizó como Josefina.
En 1857 iniciaba la Guerra de Reforma y solo podía comunicarse con su padre por medio de cartas. Tiempo después seguiría sufriendo pérdidas, al morir su nana Ana María Escobar, de quien no sabía que era su madre hasta ese momento. Después muere su segunda hija, Mariana. En ese trance doloroso sólo puede comunicarle a su padre la tristeza y la depresión que la aquejaban a través de sus cartas.
En junio de 1861 pasa el momento más doloroso de su vida con el asesinato de su padre. Escribe un poema en su recuerdo llamado “Horas de Tristeza”, donde
describe su infancia sola sin la figura paterna, el cambio y la felicidad que vivió al conocerlo y la inmensa tristeza que la envolvía en ese momento, diciendo:
“Una parte de mi ser estará en la tumba
y tu muerte me relacionará con la eternidad y con el dolor”
Se encontraba en su hacienda cuando el 1 de junio es sorprendido por un comando al mando del español Lindoro Cajiga, lo aprenden sin alguna orden que justificara su captura, es llevado a Maravatío y después a Tepeji ante Leonardo Márquez y Félix Zuloaga quien dan la orden de fusilarlo sin causa alguna el 3 de junio.
Antes de morir, Melchor Ocampo asienta en su testamento que su corazón le pertenecía al Colegio Nicolaita y literalmente esto sucede pues cuando es asesinado en Tepeji del Río, su cuerpo fue colgado en un pirul, hasta ahí llegó el doctor Arreguín del Servicio de Sanidad Militar del Ejército Republicano quien lo recuperó y lo trasladó a la ciudad de México, donde el doctor Ignacio Rivadeneyra le practicó la autopsia y le extrajo el corazón, entregándoselo al presidente Benito Juárez ,quien lo hace llegar a su hija.
Josefa tuvo el corazón de su padre durante 23 años y en 1884, lo entregó junto con otras pertenencias al Colegio de San Nicolás en Morelia, donde permanece en una sala que lleva su nombre. Existen dos versiones acerca de este hecho, la primera cuenta que su hija entregó el corazón en un baúl bordado por ella misma. Otra versión explica que murió al terminar el baúl y fue entregado por la nieta Josefina Mata y Ocampo, acompañada de su padre don José Ma. Mata.
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